Sheila Martínez

Escuela:
Escuela Primaria «Internado N.28 Gral. Lázaro Cárdenas»

Lugar de nacimiento:
CIUDAD DE MÉXICO

Semblanza:
Mi vida universitaria tuvo un inicio complejo. El primer examen para ingresar al nivel superior lo realicé en la Universidad Pedagógica Nacional, campus Ajusco. Tuve la fortuna de pasar el examen y estuve un año estudiando en esa gran universidad. Sin embargo, por cuestiones personales y familiares, decidí darme de baja y estar atenta a la convocatoria para ingresar a la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, que se encuentra justo fuera de la estación del metro Normal. En el momento en el que se abrió la convocatoria, ingresé mis datos y esperé a que fuera el examen de admisión, deseando que los resultados me permitieran entrar a esa escuela y empezar mi preparación como docente. Cuando me enteré de que había sido seleccionada para entrar a la Normal, estaba muy nerviosa. No sabía si, en esta ocasión, las circunstancias me permitirían concluir mi carrera, pero todo fue marchando muy bien.

Recuerdo los primeros semestres, en los cuales nos llevaban a prácticas de observación a las escuelas primarias. Quedé sorprendida de ver el manejo de las mismas y toda la organización que hay antes de dar una clase, porque en ese momento yo no estaba muy informada acerca del gran trabajo que realizan los maestros solo para abordar uno o dos temas. Quizá en esos inicios de mi vida docente, pensaba que dar clases no sería un gran reto, pero con el paso del tiempo, la observación de la vida escolar, las materias que cursaba y cada una de las prácticas que tenía conforme iba pasando de semestre, me percaté de todo el trabajo y esfuerzo que implica ser un gran docente.

Las materias que estudiaba realmente me gustaban, ya que no solo eran algo teórico, sino que muchos de los aprendizajes los puedes llevar a la práctica en la Normal. Recuerdo mis primeros acercamientos a la vida docente; el preparar las clases y los materiales no es algo que se puede tomar a la ligera. Era desde planear, investigar los temas que vas a ver con los alumnos, idear materiales, juegos, estrategias; comprar los insumos necesarios y elaborar, en caso de que así se necesitara, todo el material adecuado a tus clases y las ideas que se plantearon. Al inicio, cuando di mi primera clase, creí que todo iba a salir tal y como lo describí en mi planeación y que todo iba a funcionar, pero al enfrentarme ya a los alumnos, cada uno con sus dificultades, barreras, estilos de aprendizaje y valores, me di cuenta de que un docente debe ser capaz de adecuar sus estrategias incluso en el momento en el que está dando la clase, por más planeadas que estén. Desde ese momento, me di cuenta de que la preparación y la actualización que los docentes tengan es fundamental para ser un gran profesionista.

Los años pasaron, hasta que después de muchas prácticas, empecé a realizar mi documento recepcional (parecido a una tesis) y desarrollé por casi un año mi propuesta en la Escuela Primaria «República Italiana» de tiempo completo, en el cuarto grado. En ese ciclo escolar, me enfrenté a muchos cambios y vi que ser maestro no solo implica dar clases, sino que hay muchas otras tareas detrás. Trabajo con los padres, festivales, talleres, periódicos murales, estadísticas, diagnósticos, etc. Todo un mundo más allá de los salones y que, al mismo tiempo, entrelaza todo para favorecer el aprendizaje de los alumnos.

Concluí mi carrera en el año 2013, me gradué y al mes ya estaba haciendo mi examen para ingresar a la Secretaría de Educación Pública, ya que a mi generación le había tocado la conocida Reforma Educativa, propuesta por, en ese entonces, el presidente Enrique Peña Nieto, por lo que no salíamos con plaza automática de la Normal, como muchos de nuestros compañeros antecesores. A nosotros nos tocó hacer el examen y ganarnos un lugar en el Sistema Educativo. Afortunadamente, obtuve un buen puntaje en el examen y pude elegir la escuela de mi conveniencia; esa fue la Escuela Primaria «Xochicalco» en el turno matutino, ya que quedaba a unos escasos diez minutos de mi casa. En los años en los que estuve en la Xochicalco, me enfrenté a varios retos, como dar clases a primero, segundo, cuarto y quinto grados; ser parte de la Cooperativa Escolar; llevar el Programa Nacional de Lectura y Escritura «ESTRATEGIA NACIONAL 2013-2014 «EN MI ESCUELA TODOS SOMOS LECTORES Y ESCRITORES»»; organizar a los maestros para que a su vez ellos implementaran las estrategias propuestas en dicho programa; organizar ceremonias, festivales, juntas y apoyar en los programas de salud como aplicación de vacunas, de flúor, etc. El ser responsable ya de un grupo como docente titular me empezó a dejar muchos aprendizajes y a la vez muchos retos, porque no me podía quedar solo con lo que había aprendido en la BENM, sino que me impulsaba para aprender por mi cuenta y seguirme preparando.

Pasaron los años y en el 2017 decidí tomar un interinato y trabajar doble tiempo: mi base en el turno matutino y en el vespertino el primer interinato, que fue por quince días. Sin saber exactamente cómo, estuve prácticamente quince días más laborando, es decir, un mes en ese interinato que justo era en la misma escuela en la que estaba en el matutino. Una vez que terminó ese interinato ingresé mis documentos para poder tener otro interinato. La oportunidad se dio aproximadamente cinco meses después, cuando me llegó la noticia de que iba a empezar a laborar en la Escuela Primaria «Ernesto P. Uruchurtu», pero cuando aún eran dos turnos, empezando así un interinato ahora por seis meses. Esos primeros meses en los que inicié, fue complicado, ya que el edificio escolar se había dañado por el reciente sismo de septiembre del 2017 y no había lugar para dar las clases, ya que primero el semáforo estuvo en amarillo y se pensaba regresar al verde; sin embargo, al realizar de nuevo un estudio de la estructura de la escuela, se determinó que iría directo a semáforo rojo y para iniciar con las clases estuvimos «refugiados» en otras escuelas, desde la Escuela Primaria «Teófilo Cedillo Granados» hasta la Escuela Primaria «Fray Bartolomé de las Casas». Ambas fueron parte esencial para poder seguir impartiendo las clases a los alumnos a pesar de no tener un edificio escolar propio.

En el año 2018, empezó el rumor de que la Primaria «Ernesto P. Uruchurtu» en la que estaba laborando se haría de tiempo completo, una vez que se hicieran las renovaciones necesarias. Entonces empezamos a especular muchas cosas, desde quiénes iban a ser los maestros seleccionados para quedarse en caso de que el Programa de Tiempo Completo se aprobara, qué cambios iban a implicar en la práctica docente de cada uno de nosotros y qué retos se vendrían. Sin más, llegó la fecha para iniciar un nuevo ciclo escolar y con la noticia de que la escuela sí se convertiría en T.C. Fue entonces que iniciamos sin edificio y nos dieron refugio de nuevo, pero ahora en la Escuela Primaria «Internado N.28 Gral. Lázaro Cárdenas». En esas aulas, los alumnos que habían resistido a los cambios, las migraciones y la inestabilidad que dejó el sismo, iniciaron de manera intermitente sus actividades y todo con la esperanza de estrenar el nuevo edificio que sabíamos que se estaba construyendo y con las ansias de conocer las sorpresas que nos aguardaban tanto a los alumnos como a los docentes que habíamos esperado ya casi un año a que todo retomara el rumbo.

En febrero de 2019 todos nos emocionamos con la fecha en la que se iba a inaugurar la escuela, porque por fin se materializaría un sueño tan esperado por todos y con grandes sorpresas. Una de ellas es que la escuela estaba completamente renovada y además equipada con herramientas tecnológicas que pocas escuelas públicas pueden tener: tabletas, un programa especial donado para trabajar con los alumnos, un panel interactivo y un aula totalmente equipada para iniciar tomando en cuenta los cambios tecnológicos que sin duda ya estaban en México desde hace ya muchos años atrás. Parecía que todo iba marchando estupendo. Cada uno de los maestros que nos quedamos estábamos entusiasmados por este inicio; nos dieron capacitación de cómo utilizar lo que se había donado, nos estábamos organizando para ese nuevo horario y conociendo el funcionamiento de toda una nueva estructura, como fue incluso el comedor escolar. Todo parecía avanzar sin inconvenientes. Estábamos recuperando el tiempo que trabajamos de manera intermitente durante el sismo. Llevábamos a la práctica el uso de nueva tecnología con el uso del gestor de clase y el acompañamiento de especialistas de Profuturo. La escuela tenía promotor de lectura, de TIC, maestra de danza, de educación física y una plantilla docente completa, y así terminó ese ciclo escolar y dio inicio el siguiente.

Parecía que ya teníamos dominados algunos aspectos cotidianos, seguíamos aprendiendo e involucrándonos con los materiales, con los programas que llevábamos, cuando en marzo de 2020 se vino un nuevo reto, no solo para la escuela, sino para el mundo entero: la pandemia por COVID-19. Esta pandemia llevó a los docentes y a los estudiantes a enfrentarse a una nueva forma de enseñar y de aprender, que fue a través de las herramientas tecnológicas, de páginas educativas, de programas como Meet o Zoom para que los profesores pudieran seguir dando sus clases y todo esto, en lo personal, me trajo una experiencia gratificante. A mí siempre me ha gustado el uso de la tecnología; sin embargo, no estaba tan familiarizada con todas las aplicaciones en línea que existen y con todas las maneras en las que hay para dar clases en esa modalidad. Sin duda, para algunos fue más sencillo adaptarnos al cambio y crecer tomando cursos en línea, viendo conferencias, asesorías y webinars, pero para otros maestros, esto implicó un reto aún mayor.

Así transcurrieron dos años en los que aprendimos a trabajar de manera sincrónica y asincrónica. Los maestros nos convertimos por mucho tiempo, de nuevo, en alumnos y nos reinventamos. Al regresar después de un periodo de pandemia tan largo, se vinieron muchos cambios en la forma en la que los docentes veían a los alumnos, en su preparación escolar, en los hábitos que tuvieron y en la manera de ver la educación. Al menos en mi caso, noté que es muy importante enseñar a los alumnos a usar la tecnología, pero desde una visión educativa, no solo para entretener, sino para aprender. Si bien ya lo habían hecho por un tiempo durante la pandemia, muchos otros aprendieron a usar las herramientas tecnológicas más como un modo de recreación.

En la escuela retomamos el uso del gestor, los formularios que aprendimos a hacer para la recolección de datos, la búsqueda de videos con fines educativos, es decir, un sinfín de estrategias nuevas y otras que ya habíamos manejado, pero que ahora obtenían aún mayor relevancia que antes. Así terminó un ciclo escolar más y muchos compañeros, por cuestiones personales, se tuvieron que retirar de la escuela, quedándome yo como la promotora directa de TIC, con el uso del gestor de clase y del panel interactivo.

El ciclo anterior fue un año de aprendizaje, ya que, aunque sí utilizaba con anterioridad el gestor y los recursos que este nos proporciona, el hacerme cargo por completo del proyecto implicó aprender otros procesos, de los cuales yo no me hacía cargo antes. A su vez, estuve tomando cursos de los que ofrece también Profuturo, para conocer más de las herramientas que puedo implementar con los alumnos y ofrecerles mayor variedad de estrategias durante mis clases con ellos. Creo que, como docentes, no podemos quedarnos quietos o «estancados» en lo que ya sabemos o lo que nos enseñaron en la escuela. Este es un mundo lleno de cambios, de pasos agigantados que, gracias al internet y a la facilidad que hay ahora para encontrar información, el sentido de ser docente tiene que renovarse. Ya no somos solo las personas que enseñan un contenido, sino somos los que motivamos el aprendizaje, los que guiamos a los alumnos a descubrir nuevas realidades y que se cuestionen lo que hay a su alrededor para seguir investigando. Y por lo mismo, todo eso debe empezar por nosotros. Un docente que no está ávido de conocimiento, difícilmente podrá seguir el paso de estas nuevas generaciones que, aunque parecería que tienen todo a la mano, necesitan de alguien que sepa que el aprendizaje no es estático y, por lo mismo, las personas no pueden quedarse quietas. El conocimiento cambia a cada segundo que pasa y los docentes debemos prepararnos para esos cambios si queremos formar seres humanos críticos y reflexivos de lo que hay en su entorno.

Lo que más me gusta de ser docente es poder ayudar a que los alumnos aprendan cosas nuevas, que entiendan un poco de los fenómenos que viven día a día. Me gusta ver cómo avanzan cuando van a la escuela, tanto en conocimientos como en sus relaciones personales y su confianza. Además, me gusta escuchar la inocencia con la que en ocasiones dicen las cosas, la gran imaginación que tienen para darle solución a las situaciones cotidianas; para ellos no hay imposibles, pues buscan incluso la manera más inimaginable para solucionar una problemática. Ser docente da muchas satisfacciones, entre ellas, las personales, que involucran el cariño de los niños, su agradecimiento y admiración. Hay alumnos que ven a la escuela como su segundo hogar y, por lo tanto, a los maestros como sus segundos padres, en quienes pueden confiar y a quienes pueden acudir ante algún problema, y eso me hace sentir bien; el saber que puedo ayudar a los niños no solo en temas escolares, sino también en el aspecto emocional y que sepan que siempre estaré para apoyarlos.

Los obstáculos que para mí han sido más grandes son poder involucrar a los padres de familia en el proceso de aprendizaje de sus hijos. Hay padres y madres de familia que, por diversas razones, parece que dejan a los alumnos aparentemente «solos», y el que ellos se den cuenta de que también son importantes y son una pieza fundamental en la vida de los niños ha sido un gran reto y, aún en la actualidad, me parece de los más desafiantes. Otro gran obstáculo que creo que he tenido desde que ingresé es la cantidad de cambios que se han dado en el sector educativo, todas las reformas, la manera en la que se desarrollan los programas, la falta de continuidad de los mismos, el rezago en la actualización de los libros y, en general, todos esos cambios que no permiten llevar a culminar una idea o una visión educativa completa.

Lo que me inspira a ser mejor maestra es saber que puedo crear un cambio en cada uno de los alumnos que llegan a estar bajo mi responsabilidad. Quizá, si me viera más ambiciosa, diría que quiero crear un mundo mejor, pero la realidad es que me inspira crear una vida mejor para cada uno de los niños que han estado conmigo, que ellos se sientan a gusto al ir a la escuela, que no lo vean como una obligación, que me consideren una persona más en la que pueden confiar y, sobre todo, dejar una huella positiva en cada uno de ellos. En lo personal, creo que me inspiran mis hijas, porque siempre he pensado que los alumnos que yo tengo a mi cargo deben tener la mejor atención, tal y como me hubiera gustado que la tuvieran mis hijas. Tengo la esperanza de que la vida de muchos de mis alumnos mejorará con el tiempo y que, aunque quizá algunos no lleguen a terminar una carrera universitaria, siempre darán lo mejor de sí en lo que hagan, demostrando que cada uno tiene sus propias cualidades y que cada uno de ellos será de los mejores, sea lo que sea a lo que se dediquen. Y sobre todo, que se darán cuenta de que la educación no termina en las escuelas, sino que es un proceso constante y que se sigue dando con cada una de las experiencias que la vida les ofrece.